sábado, 2 de mayo de 2009

El Cementerio Andante

AKEL DAMA, EL CEMENTERIO ANDANTE



Esto tal vez sea el sueño de una mente sin límites o los límites de una
mente sin sueños. Por favor no lea esto, pero si lo hace, no lo crea. Y
si osa creerlo, rece para que algún dios se apiade de su mente y no le
arrebate la cordura.


Astörth Kasdashä, Maestro errante de la demencia.





Nací bajo el signo de las estrellas gemelas, cuando las aspas del
tiempo aún giraban lentamente y su apetito por las cosas perecederas
era ínfimo, si lo comparamos con la voracidad abismal con la que hoy
engullen lo temporal. Pero no les hablaré sobre mí, yo sólo soy un
caminante que no pretende perturbar vuestros sueños como una vez otros
caminantes perturbaron los míos.


Prefiero hablarles sobre un lugar que una vez vi caminar frente a mí y
que por una suerte que no creo merecer, no fijó su mirada en mi alma.
Un lugar que devoraría vuestras endebles mentes si tuvieran la desdicha
de contemplarlo. Aquel lugar es conocido como Akl`dama, el cementerio
andante.


Los pocos que osan hablar de aquel lugar dicen que nació tras una
cruenta batalla donde perecieron tantos hombres como estrellas sobre el
cielo que les cobijaba aquella noche bélica. Cuando alguien muere, lo
único que se lleva son sus deseos y cada uno de aquellos soldados sólo
deseaba volver a casa o al menos no morir allí.


La voluntad segada, la sangre derramada, el odio al prójimo, el temor a
la muerte y la muerte misma fecundaron aquella tierra llenándola de
vitalidad y conciencia. Con las primeras luces del amanecer aquella
recién nacida gritó al mundo anunciado su presencia a un mundo que le
temería. Llena de las voluntades de aquellos que murieron sobre ella,
inicio una marcha a ningún lugar, llevándose consigo a todo aquel que
no quiera compartir su viaje.


Yo cumplía con mi merecido castigo, del cual no deseo hablarles por
temor a despertar en sus corazones algún vestigio de inmerecida
compasión. Estaba en las interminables llanuras de las tierras del sur,
siempre cubiertas por sus hierbas verdes ilusión y mecidas por un
viento que traía consigo el olor a miles de recuerdos olvidados que
agitaban mis barbas grises y mi túnica desgarrada por el tiempo,
haciéndome parecer un espectro de mi propia persona.


Deseaba que aquel viento frío y silbante se llevara consigo mis
dolores, mis errores, mi condena…mi vida. Pero sólo me arrebataba el
poco calor que conservaba en mi descarnado cuerpo. Cerré mis ojos y
busqué algún recuerdo que calentara mi alma, hurgué hasta lo más
recóndito del baúl de mis memorias con el temor de haberlos perdidos.
Ante tal idea sentí miedo, mucho miedo, pues qué es un hombre sin un
recuerdo que caliente su alma, tal vez algo menos que un tronco seco en
medio del desierto.


De repente, sentí el suelo respirar bajo mis pies. Sentí como inhalaba
la vida de las hierbas e incluso la mía, para luego exhalar un vapor
hediondo lleno de dolor. Abrí los ojos con alegría pues pensé que mi
condena había terminado y la muerte venia a por mi. Estaba muy lejos,
pero a la vez demasiado cerca de la verdad. Aquel era un lugar que no
debía estar ahí y mucho menos andando entre los verdes prados.


Aquel lugar estaba lejos, pero su presencia colosal lo hacia parecer
estar al alcance de mis torturadas manos. Vi como una ola de tierra del
tamaño de mil titanes se deslizaba lentamente a través de la llanura,
impregnando la atmósfera con una sensación de angustia y desesperanza
capaz de consumir un alma más rebosante de vitalidad y amor en menos de
un parpadeo.


Cientos de miles de cadáveres consumidos por la podredumbre “flotaban”
sobre la imponente masa amorfa que los engullía y regurgitaba una y
otra vez sin dejar escapar nada. Siempre serán parte de aquel lugar,
cada hueso o pedazo de carne que resista al pasar del tiempo.
Es una insensatez pensar que aquello podía tener un rostro, pero lo
tenía. Era un rostro y mil a la vez; permanecían callados, pero
gritaban un silencio ensordecedor que comprimía todo mi cuerpo y me
petrificaba cual estatua de jaspe.


Hice un esfuerzo más allá de lo imposible para parpadear, mis ojos se
cerraron y al abrirse el lugar ya no estaba allí, no había nada que
delatara su paso, sólo este olor que aún impregna mi piel y las
imágenes que aún flotan en mi mente engullendo a otros recuerdos de la
misma manera que engullía aquellos cadáveres. A veces siento temor que
se trague aquel recuerdo que calienta mi alma, porque entonces me
convertiría en un tronco seco en medio del desierto.



Ahí estaba yo, inmóvil ante la majestuosidad abismal de aquel
ciclópeo lugar que caminaba frente a mí. No sé por cuanto tiempo pude
sostener la vista sobre aquello, tal vez sólo fue un instante o quizás
mil eternidades. No logro recordar por cuanto tiempo respiré aquel olor
mefítico que aún hoy tantos siglos después siento impregnado en mi
arrugada piel. Creo que aunque se me ha negado el derecho a morir, la
muerte siempre estará en mí como algo impalpable, pero eminentemente
presente.



Hice un esfuerzo más allá de lo imposible para parpadear, mis ojos
se cerraron y al abrirse aquel lugar ya no estaba allí, no había nada
que delatara su paso por aquel lugar, solo este olor que aun impregna
mi piel y las imágenes que aun flotan en mi mente engullendo a otros
recuerdos de la misma manera que engullía aquellos cadáveres. A veces
siento temor que se trague aquel recuerdo que calienta mi alma, porque
entonces me convertiría en un tronco seco en medio del desierto.

1 comentario:

  1. "la muerte siempre estará en mí como algo impalpable, pero eminentemente
    presente"...

    creo que ese es el desvelo de los poetas...

    me gustó mucho!!

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